El charco de sangre le manchaba los zapatos, pero no retrocedió. La penumbra de la habitación no le permitía ver bien, pero era suficiente para distinguir la silueta inerte del que una vez fue su amante.
El cañón de la pistola todavía humeaba en su mano, y el eco del disparo retumbaba en sus oídos. Se acercó un poco para verle mejor. Su boca entreabierta y sus ojos ahora vacíos aún dejaban adivinar un último rictus de terror y sorpresa. La misma expresión que había lucido ella después de aquella primera paliza que él le propinara. Fuertes golpes y gritos, para ella indescifrables, le indicaron que estaban aporreando la puerta. El ruido del disparo seguramente había alertado a los vecinos. La melodía monótona y estridente de una sirena llegaba desde el fondo de la calle. Alguien había llamado a la policía. Pero ella permaneció quieta, en silencio y tranquila. Ciertamente, no sabía que sería de ella a partir de ese momento, pero poco le importaba.
Por primera vez en 3 años no sentía miedo. La pesadilla había terminado. No le inquietaba lo que pudiera pasar, porque después de tanto tiempo, volvía a sentirse libre.