22 mar 2011

Hachiko


El coche negro estaba parado en una esquina. La ventanilla bajada y el motor en marcha. El conductor miraba ansioso hacia la calle, a la espera de algún movimiento. Más de la mitad de las farolas estaban fundidas, dejando el coche en penumbras. El camuflaje perfecto...
No hacía ni 20 minutos estaba en su casa, a punto de acostarse, pero un mensaje inesperado en el móvil hizo que sus planes variaran: "Quiero verte..."
Y ahí estaba ahora, esperando...siempre esperando. No se acordaba de como había comenzado toda aquella historia que lo tenía tan atrapado. Pero empezaba a cansarse de esperar como un perrito a que ella lo llamara. Pero él iba corriendo a su encuentro meneando la cola, sin que le importara nada más. No podía evitarlo. Sus ojos, sus labios, sus manos acariciándole...eran como una droga para él. La más destructiva de todas.
Una silueta apareció a lo lejos, entre las sombras de la calle. Alta, esbelta, contoneándose como un junco mecido por la brisa. La observó mientras se acercaba. Dejando que su gracioso movimiento lo sumiera en ese estado de hipnosis que ya le era tan familiar.
Ella se asomó por la ventanilla del copiloto, esbozó esa media sonrisa que a él le resultaba tan extremadamente seductora y subió al coche. No hubo saludos, ni intercambio de palabras. Simplemente, el coche se puso en marcha.
Él estaba muy ansioso. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso y preparado para lo que se avecinaba. El camino a casa se le estaba haciendo eterno...
Por el rabillo del ojo podía percibir su silueta. Siempre tan tranquila, tan majestuosa, tan encantadora...
Llevaba puesto un vestido corto, que se ajustaba perfectamente a cada una de sus sinuosas curvas. Las piernas delicadamente cruzadas. El pelo suelto, una cascada de ondulaciones que caía graciosamente a cada lado de su cara. Ella se estaba mordiendo el labio inferior, coqueteando distraída, aunque deliberadamente.
Una irrefrenable ola de excitación le golpeó como un martillo. Sintió como el pantalón empezaba a apretarle, conteniendo esa incipiente erección...Debía relajarse, todavía no era el momento.
Por fin aparcó en frente de su apartamento. Entraron en el edificio, todavía en silencio. Cuando la puerta del ascensor se cerró se abalanzó sobre ella y la inmovilizó contra la pared, apretando su cuerpo contra el de ella, dejando que sintiera su duro miembro en el bajo vientre.
Ella lo dejó jugar por un segundo, pero cuando se dispuso a besarla...
-Es suficiente por ahora- Dijo apartándolo con rudeza. Cuando quiso contestarle la puerta del ascensor se abrió y ella salió al rellano, dejándolo con la palabra en la boca.
-¿A qué estás esperando?
Él se apresuró y abrió la puerta de su apartamento. Ella entró sin esperar una invitación, dejó sus cosas en el perchero de la entrada y se adentró en la habitación
-¿Por qué no traes algo de beber?- Su voz sonaba algo apagada desde el fondo del pasillo.
-Si, claro.- Dijo entrando en la cocina. -¿Lo mismo de siempre?
-Ya sabes que si.
Cuando entró en su cuarto con las copas la encontró sentada en la cama. Se había desecho del vestido y lucía un conjunto de encaje negro tan sexy que por un momento se olvidó de respirar. Un desesperado gruñido de deseo salió de su garganta.
-¡Tranquilízate quieres!
-Si, perdona- Se acercó un poco y le tendió el vaso de whisky.
Ella dio un pequeño sorbo mientras lo miraba de arriba a abajo. Luego apuró el resto de la copa de un trago y pareció encenderse.
-Ven aquí...
Él dejó su vaso en la mesita de noche y se acercó cuidadosamente. Ella se levantó, le quitó la camisa de un tirón y se quedó contemplando su pecho desnudo. Sus manos empezaron a acariciarle los hombros, luego los brazos, el pecho...y siguió bajando hasta llegar al botón de sus pantalones. Vio como el bulto ya existente en la entrepierna de su hombre iba creciendo a medida que su mano se acercaba a él. Pero cuando estaba a punto de tocarlo, se detuvo. Él emitió un gruñido de protesta, pero ella se apartó.
-Quítatelo todo menos los calzoncillos.
Él obedeció rápidamente mientras observaba como ella se recostaba de una forma muy sugerente en la cama. Cuando terminó esperó a que ella dijera algo, pero no lo hizo. En lugar de eso, ella empezó a acariciarse sutilmente. Jugando con las manos, se recorrió todo el cuerpo. Él la miraba, atónito, hipnotizado y con el deseo creciendo a medida que ella movía esas delicadas y maliciosas manos. Quería ser él quien la acariciara, quien la hiciera estremecerse con el roce de sus dedos. Sentía que la cabeza le daba vueltas. Su respiración era cada vez mas forzada y sentía aquel enorme peso entre las piernas que quemaba como fuego. Entonces...
-¡Ahora!- Dijo ella.
Y sin pensarlo dos veces él saltó sobre la cama. Le cogió las manos, para apartarlas, y las deslizó hasta dejárselas por encima de la cabeza. Ella captó su mirada y él se paralizó al instante.
-Tócame...
Las manos le temblaban, pero recorrió cada centímetro de ese cuerpo que le volvía completamente loco. Le acarició el cuello, la cintura...se centró por un momento en los pechos. El encaje negro hacia resaltar la perfección de estos. Redondos, firmes, suaves...Tenía que deshacerse de ese sujetador. Le levantó la espalda con cuidado y deslizó su mano hasta el cierre. Temía que ella lo detuviese, pero no dijo nada, así que con un ágil movimiento desabrochó la pieza de lencería y esta cayó a un lado. Creyó que se desmayaría de placer en ese preciso momento. Los pezones rosados estaban duros, debido a una mezcla entre el contacto del aire y la propia excitación que ella sentía. Sus manos comenzaron un suave masaje, en círculos, rozando sutilmente los pezones. Ella se mordió los labios, esos labios...
Sin darle tiempo a frenarlo, la besó. Al principio dulcemente, pero rápidamente la dulzura dejó paso a la lujuria más desenfrenada. Continuó besándole el cuello, y siguió bajando hasta que su boca encontró uno de los pezones. Enredó una de sus manos en el pelo de ella y tiró de su cabeza hacia atrás, con suavidad pero con firmeza, la mantuvo en esta posición para que ella no pudiera ver lo que iba a hacerle. En ese momento se centró en aquella pequeña protuberancia que tenía apresada entre los labios. Ella gimió, y todo su cuerpo se arqueó en una curva perfecta. Él siguió trabajando con su lengua y dando pequeños mordiscos, mientras que con la otra mano que le quedaba libre acariciaba su muslo. Primero por fuera, y poco a poco deslizándose hasta la parte interior. Cuando su mano tocó por fin la zona más íntima, notando como la humedad impregnaba las bragas, ella se estremeció y volvió a gemir. Levantó las caderas, invitándole a quitarle la única prenda que aún le daba algo de intimidad. Él cogió la goma de las bragas y tiró hacia abajo. Totalmente depilado, el maravilloso monte de Venus apareció ante él, absolutamente incitante. Volvió a hundir su mano en la entrepierna de ella, pero esta vez, sin barreras. El dulce néctar que ella le ofrecía impregnó sus dedos. Comenzó a acariciar aquel pequeño punto mágico...tan pequeño y poderoso. Los gemidos de ella crearon un estupendo hilo musical de fondo. Esto lo instigó a seguir. Cada vez mas profundamente...Ella movía sus caderas en un tímido vaivén , extasiada. Pero de pronto, paró. Le apartó las manos y lo empujó, haciéndolo rodar hasta que quedó tumbado de espaldas. La punta del pene asomaba por la goma de los boxers, brillante, impaciente, atrapada...tirando de ellos, liberó la bestia que tanto ansiaba. Él intentó acariciar su cabello, pero ella le apartó las manos de un manotazo. Le agarró el pene con firmeza y empezó su recorrido: arriba, abajo, arriba, abajo...
Un gemido sordo, muy distinto a los de ella, llenó la habitación. Alzó la cabeza justo a tiempo para ver como ella bajaba la suya, llevándose aquel grueso objeto a la boca. Ella lamió, concienzudamente, parándose eventualmente en el frenillo y en el glande, para sentir como el se estremecía debajo de ella. Él puso ambas manos sobre su cabeza, y ella le permitió marcar el ritmo. Él se deslizaba por una increíble montaña rusa de sensaciones, acercándose peligrosamente al final de la atracción. Le cogió la cabeza por ambos lados y la apartó suavemente. Ella entendió el mensaje, y con un rápido movimiento acomodó sus caderas encima de las de él. Sintiendo como él la invadía centímetro a centímetro. Apoyó las manos sobre el pecho de él y comenzó el baile. Poco a poco, aumentando el ritmo. Sus pechos oscilaban sutilmente arriba y abajo. La pasión era irrefrenable. El sudor empapaba sus cuerpos y las sabanas, el pelo enmarañado, las manos y los pies crispados...gruñidos y gemidos impregnando el ambiente. Cada vez menos humanos, cada vez más animales. Él llegó primero, vertiendo su esencia dentro de aquel cálido recipiente. Ella continuó moviéndose durante unos segundos más hasta que el placer se desbordó, recorriéndole la espina dorsal como una corriente eléctrica. El eco del último gemido resonó en la estancia mientras ella se desplomaba sobre el pecho de él, notando como la ardiente humedad se deslizaba muslos abajo. Después de eso, calma...
Cuando él despertó, ella estaba terminando de vestirse. Se incorporó para verla mejor.
-¿Quieres que...
-No te preocupes, ya he llamado a un taxi.
-Pero yo...
-Déjalo ya, no te pongas pesado.
La realidad lo golpeó esta vez con mayor intensidad de lo que lo había hecho antes la lujuria. Ya se había acabado. Ella ya no lo necesitaba. El encantamiento se había roto.
-¿Volveré a verte?
-Por supuesto...la próxima vez que te llame.
Y dicho esto, cogió sus cosas, y salió por la puerta. Y allí se quedó él. Tumbado en la cama, cansado, destrozado y esperando la próxima llamada para acudir corriendo y meneando la cola. Esperando...siempre esperando.