22 sept 2010

Tacet




Jorge estaba muy nervioso. Las manos le sudaban. Le costaba respirar. El camerino se le hacía cada vez más pequeño.

No era la primera vez que se enfrentaba al público. Había formado parte de la orquesta en innumerables ocasiones. Pero este era su primer recital en solitario, y aunque se sabía un pianista experimentado, la presión empezaba a dar cuenta de él.
Miró el reloj. Todavía quedaba media hora para que empezara el concierto, así que decidió salir a fumarse un cigarrillo. Salió del camerino y se encaminó hacia la puerta lateral de emergencia situada al final del pasillo.
A pesar de estar a finales de septiembre, era una noche particularmente fría. Pero la primera bocanada de aire fresco tuvo un efecto relajante inmediato. Sacó del bolsillo de la camisa su paquete de Black Stones Cherry, que apenas contenía un par de cigarros, y se llevó uno a la boca. Le costó unos cuantos intentos encenderlo, ya que las manos le temblaban, aunque no estaba del todo seguro de si era por el frío o por los nervios.
Dio la primera calada, larga, muy larga. Casi parecía que se había tragado el humo para siempre, pero finalmente lo exhaló. Se quedó mirando las volutas de humo, embobado, absorto y deliberadamente con la mente muy lejos del auditorio.
Así pasó largo rato, hasta que los últimos rescoldos del cigarro consumido le quemaron los dedos, sacándole de su ensoñación. Consultó el reloj. Diez minutos. Debía darse prisa en volver.
Regresó corriendo al camerino, justo a tiempo de ver como el jefe de la orquesta, quien iba a encargarse de presentarlo esa noche, llamaba a la puerta para avisarle de que debía salir.
Entró rápidamente en el camerino para deshacerse del paquete de tabaco y para coger la chaqueta del frac y la partitura y acompañó a su presentador hasta las bambalinas del escenario.
El jefe de orquesta salió al escenario para presentar a Jorge y para explicar un poco al público la obra que iba a interpretar, y desapareció de este tan rápido como había entrado.
Por fin Jorge salió a escena y saludó al público, que lo recibió con un caluroso aplauso. Acto seguido se acomodó frente al piano, puso en marcha el metrónomo que había encima de este, puso la partitura en el atril y bajó la tapa del teclado, que se encontraba abierta.
Y ahí se quedó, callado, inmóvil, sin tocar ni una sola tecla y mirando la caja del piano como si este fuera capaz de tocar una melodía por sí mismo. Notaba la mirada expectante de la gente sobre su persona. Pero no se movió ni un ápice. Y así transcurrieron 4 minutos y 33 segundos, entonces Jorge se levantó, saludó al público que le aplaudió efusivamente y abandonó el escenario.
Sobre el piano quedó la partitura de la pieza de John Cage “4 minutos y 33 segundos” , seguida por una única anotación en toda la partitura: tacet.